Los cuervos graznaban al invierno. Nevaba, nevaba
día y noche y nunca cuajaba. El frío asediaba corazones y congelaba la sangre. Los
dedos de niebla entraban en la ciudad semblantes, esperando absorbernos a todos
en su seno, olvidándonos como estatuas de hielo.
─ ¿Dónde está Ky? –dijo él con un vaho escapando de
su boca.
Los dos chicos se apoyaban contra la pared del taller donde trabajaban,
cubiertos con abrigos de piel que alguna señora descuidada había “dejado olvidados”.
─Yo que sé, Ride. Estará por ahí, compartiendo herpes con
algún desgraciado.
Los ojos del chico se helaron. Su interior ardía, luchaba para que el frío
no consumiera su alma. Se llamaba estúpido porque quería el herpes de Ky,
quería todas sus enfermedades, infecciones y descosidos, y si aquello le traía
la muerte, pecaría, para esperarla en el infierno también.
Había que ser un jodido estúpido.