— ¿Sabes?, A menudo una obra hermosa esconde detrás un nacimiento
indecente.
Scarlet puso los ojos en blanco en su fuero interno. Había llegado
a aquella fiesta de gala, y aunque deseara beberse todo el champán –o el
tequila- de la barra del bar, tenía una misión. En realidad la “parte aburrida”
de una misión.
— ¿Soy yo una obra hermosa?
La chica tenía que entretener al malo mientras su compañero
disparaba unas cuantas balas y salvaba el culo del equipo. “Las chicas guapas
son la distracción” le había dicho él mientras se alejaba con su esmoquin como
una ráfaga de aire. Scarlet no opinaba lo mismo. Si alguien tenía que ser el
mago de la función era ella, y no la acompañante que atraía las miradas de un
público ingenuo.
—Sin duda lo eres. –El hombre canoso cogió la copa de la barra y
se la cambió de mano.-Y aunque tu pose, todas esas curvas, la barbilla alta y
la sonrisa de superioridad; digan que sabes perfectamente cómo defenderte sola…
-se detuvo, escrutando su expresión- tus ojos gritan desesperadamente “ayuda”.
Scarlet no movió ni un solo músculo del rostro y siguió sonriendo
como si nada de lo que hubiera dicho el hombre fuera cierto. Ella no necesitaba
ser salvada, porque no se puede salvar a alguien de sí mismo.
Cerró los ojos, proyectando las sombras de sus pestañas sobre los
pómulos. Se había cansado de seguir aquel estúpido plan. Ella era una chica de
balas.
Se aproximó al hombre insinuante, subiendo la cola de su vestido a
medida que iba avanzando, dejando entrever su muslo, donde una correa sujetaba
la pistola. La tomó con un movimiento grácil y ligero, y entreabriendo la boca
disparó al hombre en la cabeza. El sonido quedó amortiguado por el silenciador.
—Gracias por la copa.
Aquel hombre se equivocaba. Su mirada no gritaba ayuda. En sus
ojos se leía grabado a fuego: “Potencialmente letal”.
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