Yo solo corría. Con mi cuerpo desnudo y enjuto quebrándose
a cada paso. Con los ojos cerúleos entornados del dolor que me consumía el
corazón y me arrebataba el alma. El florido pelo esmeralda empujado por el
viento del crepúsculo, aquel que gritaba: Corre,
Primavera. Y eso es lo que
hacía. No dejaba de correr sintiendo esas manos ásperas que tocaban cada
centímetro de mi piel intentando atraparme. Aferrándose a mi
ser, arrebatando mi existencia. Corre,
Primavera. Como un pequeño
cervatillo galopé por los campos floridos que se pudrían a mi espalda. Que
perecían como lo estaban haciendo mis entrañas. Tan solo sentía las gotas de
ácido en mi garganta, y todas esas manos recorriendo mi cuerpo. Y cuando ya no
pude sostenerme sobre mis pies, caí sobre un manto de amapolas negras, a la sombra de los
cerezos. Viendo el cielo sombrío, las nubes tronando, gritando: Vive, Primavera. Acariciando mi
cara con sus llantos, otorgándome verde esperanza. Pero cuando aquellas manos
oscuras me alcanzaron, absorbiendo todo mi ser, mi cabello volvió gris y mi
cuerpo se agazapó en espasmos sometido al frío de Invierno. Apareció ante mí su
mirada lóbrega y contemplé como las flores del cerezo se cerraban y caían, no
queriendo ver a su madre morir.
(Otra vez, el frío de Invierno quería conquistar todos los meses
de año.)
Que preciosidad, y cuanta fragilidad desprende la descripción de la primavera, como un pequeño cervatillo.
ResponderEliminarParece como sacado de la historia de Dafne y Apolo, y al mismo tiempo, la naturalidad del ciclo de la vida. Suerte que Primavera siempre renace para darnos un poco de calor.
ResponderEliminarSaludiness!
Parece una pintura de colores. Muy bonito.
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