Violet.

Se desliza con movimientos gatunos, angustiosamente lentos, saboreando el dulce momento de la sangre que va a ser derramada. Sujeta firmemente el arma. Le gusta la sensación de poder, de extraña energía vital que atraviesa su cuerpo para infectar de ponzoña su órgano vital. 
Y a cada latido se vuelve menos humana, más Violet.

Los ojos asustados del rehén observan cómo su destino fatal se pasea con expectación, haciéndose esperar. Es la última carta, la última partida, todo o nada. Vive o muere. Dispara.

Y lo que disfruta ella siendo dueña de vidas.

–¿Qué quieres de mí? –no puede quedarse callado, tiene que luchar. Y ya que está atado a una silla, tendrá que dejar su salvación en manos de palabras. Se desliza una suave sonrisa burlona en las comisuras de la joven, como si eso fuera lo que estaba esperando.– ¿Vas a matarme?

–¿Quieres que te mate?

–No –responde desconcertado– Sólo quiero irme.

–Todos morimos algún día. Dios nos regala la vida, para arrebatárnosla cruelmente después. ¿Qué más da si mueres ahora o más tarde?

Se pasea delicadamente sobre sus tacones de aguja, esperando una respuesta. 

–Si tengo que morir, prefiero que sea Dios quien arrebate mi alma y no el Diablo.

Ella se gira violentamente, ha conseguido captar su atención. Sus labios rojos forman un auténtica sonrisa, y casi al mismo tiempo el arma apunta a la cabeza del hombre.

–¿Y esa repentina valentía dónde la tenías escondida? –da unos pasos hacia él– Y yo creyendo que esto iba a ser aburrido.

Levanta la pistola. Un segundo y tu vida acaba. Un segundo y ya no serás nadie, ya no serás nada.

(Y el niño cierra bruscamente el libro. El sótano está completamente oscuro, se ha hecho de noche, y en las paredes se dibujan sombras siniestras sedientas de pesadillas).

Totalmente desaparecidas. Pero volvemos pronto.

(Pouline dice que si queréis leer sobre Violet paséis por aquí :])