Los copos de nieve se
arremolinaban frente a la ventana. Era el primer día de diciembre en el que
nevaba, y los niños habían desempolvado ansiosos sus trineos y habían salido a
correr dejando un reguero de pisadas y ángeles de nieve tras sus pies. Era el primer
día en el que Jane, la hija menor de la familia Wallace, se había atrevido a
ascender las suplicantes escaleras que llevaban al desván. Tenía prohibido
subir allí desde que preguntó que había, y todas las noches al acostarse se
quedaba contemplando el techo silenciosamente, esperando a que algo sucediera.
Y por supuesto, para los niños una prohibición siempre es algo demasiado
tentador.
Jane ascendió
cuidadosa las escaleras que crujían bajo sus delicados pies. Asomó su cabeza
por el hueco y contempló la estancia. Un gran ventanal redondo cubría la pared
del fondo, dejando entrever los copos de nieve que caían silenciosa e
irremediablemente hasta el mundo de los mortales. El tenue sol otorgaba a los
muebles atestados de recuerdos y cubiertos de polvo un cariz grisáceo,
nostálgico. Algo tras una cómoda roída le llamó la atención. Se puso de
puntillas y apartó la manta que cubría el objeto, descubriendo una preciosa
princesa mecánica. Era una muñeca, tan alta como una persona adulta y con una
manivela a la espalda, ataviada con un vestido largo y ensoñado con brillantes
piedras y doseles dorados. Sostenía en sus manos enguantadas un parasol,
semejando las doncellas de una edad antigua. La niña la rodeó y desempolvando
la manivela tiró de ella para darle cuerda. Ésta emitió un ruido extraño, y sus
engranajes empezaron a moverse. El zumbido de las piezas encajando, despertando
de un gran letargo asustó a la pequeña, y cuando una dulce melodía comenzó a
acompañar los movimientos de los mecanismos, Jane tropezó y cayó al suelo de
espaldas. Now
I lay me down to sleep, I pray the Lord my soul to keep…
Abriendo
mucho sus ojos dorados contempló cómo la princesa mecánica cobraba vida y
dirigía sus ojos inertes hacia ella, esbozando una encantadora y espeluznante
sonrisa. Algo dentro del cuerpo de la muñeca empezó a lucir, latiendo en el
pecho rítmicamente. La niña se levantó y con sumo cuidado alzó la mano para
tocar el corazón de la princesa.
Jane sonrió encantada. If I die before I wake, I pray the Lord my soul
to take. Y entonces, la
princesa mecánica alzó su parasol oxidado y lo clavó dentro del ahogado cuerpo
de la niña. La sangre comenzó a brotar carcomiendo vida, hasta que los ojos de
la pequeña quedaron igual de inertes que los de la princesa. Y sintió sus huesos
helarse del frío de invierno. Y los copos de nieve cayendo desde un cielo
sangrante. Y la música sonando armoniosa a su alrededor, las delicadas notas
cubriendo su cuerpo mientras la vida abandonaba su corazón.
Terrorificamente genial. Te engancha la lectura desde el principio para llegar al soberbio (aunque triste) final.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un terrorífico Blues te mando. ;)
Jajaja qué malota! Pues el mío tardarás en verlo. No quiero llenarme de carpetas de chicas perfectas.
ResponderEliminarPero te loveeeee.
Cuando he llegado al final es cuando realmente me he imaginado todo.
ResponderEliminarEs genial este relato, horrible y terrorífico, pero genial.
Besos;
(desde
lejos de
París)
Wow me encanta tetrico final
ResponderEliminarVaya, me has dejado con la boca abierta. No me esperaba para nada ese final.
ResponderEliminarMe gusta como escribes, un besito.