Lyon
se desempolvó los hombros. Había caído estrepitosamente en mitad del pecho,
levantando los suspiros que se acumulaban en los pulmones. Esta vez era de una
chica, joven y demasiado gris. Se sacudió el cabello y comenzó a caminar hacia
el interior levantando ecos con sus pasos. Estaba demasiado vacío. Boom, boom.
Se
había atascado en la garganta, como aquellas palabras que se intentan gritar
pero que no son más que silencio. Después había acabado descendiendo por la
tráquea, hasta los pulmones. Un páramo helado, frío y oscuro como las noches de
invierno. Lyon aceleró el paso. Temblaba, todo él temblaba, quebrando la voz,
los huesos. Boom, boom.
Siguió
bajando hasta hacerse un lío en el estómago, un nudo intragable. Nada. Tan solo
las ruinas de una antigua y esplendorosa ciudad, ahora derruida. Edificios
grises, cielos rotos. Cadáveres. Boom,
boom.
Subió.
Ascendió lo más rápido que pudo. Fugaz. Huía con las mejillas chispeando y la
respiración acelerada. Huía hacia la boca del lobo. La sangre empezó a empapar
sus botas y entonces frenó. Ante él se alzaba un gran órgano, arañado,
desangrado. Se contraía, se dilataba. Sístole. Diástole. Boom, boom.
Terremoto.
Los
pulmones se aceleraron, y con ellos el corazón. Latía, lloraba. Boom, boom. Corre. Cada
vez más raudo, cada vez más veloz. Boom,
boom. Empezaron las tormentas, los huracanes. Caos. Boom, boom. Lyon retrocedió y cayó al suelo. El paisaje estaba
desbocado, inabarcable. Boom. Y de
repente, todo se congeló. Boom. El
corazón se detuvo, los pulmones suspiraron.
Nada.
Vacío. Silencio. Y entonces, comenzaron los gritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Misses Roux están encantadas de que te pases por su pequeña Nueva York y escribas lo que piensas, una sonrisa les quitas. (Todo spam será eliminado)